La tradición y la leyenda

Más allá de los datos ciertos y sólidamente documentados que constituyen propiamente la historia, el pasado del santuario de San Miguel de Excelsis tiene un rico patrimonio de tradiciones y leyendas.

En muchas jornadas, cuando la cumbre de Aralar se la disputan el sol y la niebla, vemos y dejamos de ver apenas en unos segundos, percibimos una realidad, un paisaje, un árbol, una roca, un edificio, que al segundo siguiente desaparecen de nuestra vista y quedamos perdidos y desorientados en el manto gris de las brumas. Igual sucede con el pasado de nuestro santuario: la historia nos da unos datos, la tradición nos habla de otras realidades, la leyenda nos presenta hechos emotivos que conmueven el alma. Y todo ello constituye una herencia única, mantenida por la creencia y el fervor de nuestro pueblo a lo largo de los siglos, que da un valor muy especial al santuario de Aralar y que debemos conocer y transmitir a las generaciones futuras como expresión de fe y de esperanza común.

Santuario de San miguel de Aralar

Una tradición sostenida en ciertos datos históricos, mantiene que el lugar que ocupa el santuario, en la loma de Putregain, ha sido desde hace miles de años, un lugar sagrado para las diversas culturas. El hecho de que la sierra de Aralar albergue un amplio conjunto de monumentos megalíticos que datan de hace 5.000 años da pie a pensar que el propio lugar del santuario albergara un dolmen principal en los inicios de la historia pastoril.

Más tarde, la romanización asumiría el carácter sagrado de esta cumbre, mons excelsis, y construiría en este cerro, visible desde la llanura, el ara coeli, templo erigido en honor de los dioses romanos que protegían a quienes circulaban por la calzada romana que atravesaba el valle de Araquil, calzada que unía Burdeos con Astorga y que, tras atravesar el Pirineo por Ibañeta, cruzaba Pamplona e Irurzun y dejando la sierra de Aralar al norte, se dirigía hacia Vitoria. El itinerario de Antonino Pío menciona la estación de Aracoeli, el Aracelium o Aracillum de Floro y Paulo Osorio, que suele identificarse con Uharte Arakil, desde donde es perfectamente visible el enclave del ara coeli.

Los primeros cristianos habrían tranformado en objeto de culto propio el emblemático conjunto romano y anteriormente dolménico.

Los historiadores más antiguos del Reino de Navarra no aluden al suceso de la aparición de San Miguel a Teodosio de Goñi como origen del santuario de Aralar. Este argumento cobra cuerpo en la Edad Moderna. La obra que más enfatiza este origen es la del padre Tomás de Burgui (1774) que aporta detalles minuciosos sobre el suceso. Un siglo más tarde, el novelista Francisco Navarro Villoslada recrea la situación con todo el lujo romántico en su célebre novela “Amaya o los vascos en el siglo octavo”.

Julio Caro Baroja deslinda completamente el contenido de la leyenda y la realidad histórica y resalta el valor de aquélla como producto del alma popular de Navarra. “Al subir una tarde de otoño de las cendeas de Olza y Ollo al valle de Goñi y llegar a «Errotavidea»-escribe Caro Baroja- he vuelto a sentir la tragedia de don Teodosio, que no existió carnalmente en la época del rey Witiza, ni acaso en ninguna otra, pero que ha vivido en el alma de generaciones y generaciones hasta convertirse, y no poco por fuerza del escrito de un fraile del siglo XVIII, y más aún de una novela de un escritor romántico y tradicionalista del XIX, en figura popular en la Navarra del XX, en héroe casi “nacional”, dando a esta palabra el significado que antiguamente se le daba».

El protagonista de la leyenda es Teodosio, un caballero navarro que vivió en tiempos del rey Witiza, en el siglo octavo. Descendiente del linaje de los Goñi, al casar con doña Constanza de Butrón y Vianda, pasó de vivir en la casa de sus padres o palacio viejo, a la casa de su esposa llamada Larrañarenetxea (casa de la era), ambas en el pueblo de Goñi, una pequeña localidad enclavada en las montañas que separan el valle del Araquil de la cuenca de Pamplona y de la tierra de Estella, dominando desde una alta ladera –Goñi, en euskera significa en lo alto- un paisaje compartido por los bosques y los campos de labor.

Eran tiempos de guerra en que los pueblos del norte de la península ibérica se defendían de la invasión musulmana, y Teodosio hubo de abandonar su casa y marchar a la guerra. Tras una larga ausencia pudo volver a su valle natal y poco antes de avistar su pueblo, en el término conocido como Errotabidea (camino del molino, en euskera) se cruzó en el camino con un peregrino, que en realidad era el demonio disfrazado, quien le dijo que su esposa Constanza le era infiel con un criado y que éste compartía con ella el lecho en la casa conyugal.

Ciego de ira por esta afrenta, Teodosio llegó a su casa, entró en su dormitorio y entrevió dos cuerpos que yacían en la cama. Seguro de su deshonra, sacó su espada y arremetió contra ellos una y otra vez con todas sus fuerzas, hasta que sus manos se cubrieron de sangre. Salió de la casa y, con gran estupor, vio en la plaza a su esposa Constanza, que regresaba de la iglesia. La alegría que ésta demostró por el regreso de su marido se convirtió pronto en horror y desolación de ambos al comprobar que a quienes había asesinado Teodosio era a sus propios padres, a los cuales Constanza había invitado a vivir en su casa durante la ausencia de Teodosio.


Teodosio confesó su horrendo crimen al párroco Juan de Vergara y al obispo de Pamplona, Marcial, quien le ordenó que fuera a Roma como peregrino para solicitar la absolución del Papa Juan VII. Éste le impuso la penitencia de vivir fuera de toda población, llevando una gruesa cadena ceñida al cuello y a la cintura y una cruz de madera a cuestas, hasta el día en que, por el desgaste, la cadena quedara rota.

Vagó Teodosio por los montes de Hayedo, Andía y posteriormente de Aralar durante siete largos años. Un día del año 714, se encontraba en una de las cumbres de esta sierra, próximo, sin saberlo, a la boca de una sima en cuyas profundidades, según los vecinos del lugar, vivía un dragón que mataba personas y ganados fulminándolos con su lengua de fuego. Repentinamente el monstruo surgió de la caverna y Teodosio se encomendó a San Miguel. El arcángel descendió del cielo dentro de un gran resplandor, portando sobre su cabeza una cruz, aniquiló al dragón y rompió las cadenas de Teodosio.

Liberado de su penitencia, Teodosio volvió a Goñi y tras abrazar a su esposa y a su hijo Miguel, regresó posteriormente a la cumbre de Aralar, donde consagró el resto de su vida al culto a San Miguel, construyendo un templo en su honor.
La tradición popular que surge a consecuencia de la leyenda mantiene que la efigie de madera del Arcángel –hoy recubierta de plata sobredorada- que se venera actualmente en el Santuario, fue dejada por San Miguel en su aparición. También mantiene esta tradición que las cadenas que permanecen colgadas en el exterior de la capilla son las que llevó Teodosio hasta su liberación y que el conjunto del Santuario está levantado sobre la propia sima donde moraba el dragón aniquilado, que únicamente se comunica con el templo, a través de un pequeño hueco existente a la derecha del altar de la capilla interior, por donde los visitantes tienen costumbre de asomar la cabeza o echar monedas para comprobar, a través de los sucesivos golpes que da en las rocas al caer, la gran profundidad de la sima.

Aralar

El eminente antropólogo Julio Caro Baroja (1914-1995), realizó un estudio de gran interés sobre la leyenda de Teodosio de Goñi analizando sus elementos y comparándolos con los de otras leyendas conocidas en Europa. Resalta el autor que la leyenda del señor de Goñi le atrajo desde siempre por motivaciones personales y familiares. Su octavo apellido era precisamente Goñi y la tradición sobre el origen de su familia incluía entre sus ancestros a Don Teodosio. El documento que demostraba la relación de la abuela materna de Don Julio, Carmen Nessi Goñi con los antiguos propietarios del palacio de San Miguel de Goñi, «Larrainagusia» ocupaba un lugar destacado de la casa de Carmen y pasó también, por interés de Don Julio, a ocupar un lugar principal en el comedor de «Itzea», la casa de los Baroja en Bera.

Caro Baroja argumenta que el origen de esta leyenda está relacionada con la pretensión de un linaje concreto por demostrar su nobleza y relación con un hecho glorioso y decisivo para el reino de Navarra. De este ámbito familiar o particular habría pasado a ser asumido por el conjunto social como un capítulo propio de la historia común de Navarra.

Señala Caro Baroja como elemento principal de los hechos que relata la leyenda, el parricidio involuntario por inducción del demonio.

El tema del parricidio tiene una consistencia acrisolada como acción dramática desde tiempos de la leyenda griega. La «Odisea» de Homero o «Edipo Rey» de Sófocles nos dan buena prueba de ello. Caro Baroja cita también obras que utilizan este argumento, debidas a autores como Eurípides, Séneca, Diodoro, Pausanias, Apolodoro e Higinio y otros escritores de Finlandia y de Ucrania, e incluso un relato de genealogía gentilicia de la isla de Java.

En el ámbito cristiano, cita varias leyendas como la de Judas Iscariote, surgida en la Edad Media, que atribuye al apóstol traidor los delitos de asesinar a su padre y de cometer incesto con su madre antes de conocer a Cristo. Se fija especialmente Caro Baroja en dos leyendas con similitudes y algunas diferencias respecto a la de Teodosio: la de San Julián el Hospitalario y la de San Albano. Ambos son santos relacionados con peregrinaciones y penitencias.

Un día que San Julián está cazando en el monte, un ciervo le predice que asesinará a sus padres. Para evitar que se cumpla la profecía, Julián huye en secreto de la casa paterna y contrae matrimonio con una viuda. Sus padres se dedican a buscar al hijo perdido y llegan al castillo de la nuera, quien les recibe gratamente al conocer quiénes son y les ofrece su lecho para descansar. Julián adivina los dos cuerpos en la cama y al suponer que su esposa yace con otro hombre perpetra el doble parricidio profetizado, del que toma conciencia al encontrar en la calle a su mujer que regresa de misa. Como penitencia por su pecado construye un hospital cerca del río y se dedica a ofrecer posada a los pobres y a ayudarles a cruzar el río. Años más tarde, recibe la visita de un ángel que le manifiesta que Dios le ha perdonado ya su pecado. Poco tiempo después, muere con reconocimiento de santidad por sus buenas obras y limosnas.

San Albano nace fruto del amor incestuoso del Príncipe Hisano de Hungría y de su hija. El niño es abandonado y recogido por un príncipe. A los 20 años, su padre adoptivo le pide que escoja novia y, entre varios retratos, Albano elige el de su propia madre, con la que se casa. Poco antes de morir, el padre descubre a Albano su origen adoptivo, y le entrega el pañal de recién nacido que llevaba cuando fue abandonado. La esposa reconoce el pañal por lo queda en evidencia el incesto. Madre e hijo van a Roma a pedir el perdón al Papa, quien les impone la penitencia de andar siete años por los montes, sin comer más que yerbas silvestres ni dormir en cama. Pero al volver a sus tierras, el demonio tienta a Hisano, quien comete el mismo pecado de incesto, y Albano mata a padre y madre. El Papa le ordena levantar en el lugar del crimen una ermita y vivir en ella como anacoreta, junto con un compañero con órdenes sacras, rogando por sus padres con sus calaveras delante, hasta la muerte, que acontece siete años más tarde.


En cuanto a la época en que se originó la leyenda de Teodosio de Goñi, determina Caro Baroja la de finales de la Edad Media, tiempo en que se desarrolla la heráldica, se establecen los padrones de las familias nobles palacianas y se consolidan los intereses genealógicos o de linaje. En definitiva, la leyenda, que vincula una vieja casa navarra, el culto al árcángel y un medio físico popular, es muy posterior a los orígenes del culto a San Miguel en Navarra, fenómeno que es históricamente muy anterior a ella.

La Santa Cofradía del Santuario de San Miguel de Excelsis es una institución casi milenaria que ha tenido siempre por finalidad expandir y consolidar la devoción del Arcángel San Miguel entre poblaciones tanto próximas como alejadas de la sierra de Aralar, y al mismo tiempo conseguir unos medios económicos para mantener el culto en el santuario.

Los orígenes de la Cofradía de San Miguel de Aralar se remontan a finales del siglo XI y la fundación de la misma se atribuye al obispo de Pamplona Pedro de Roda. Un siglo más tarde, en 1191, reinando el monarca navarro Sancho VI el Sabio, el obispo Pedro de París le da a la Cofradía rango legal, le dona la gran edificación aneja situada al oeste del santuario para celebrar sus reuniones y actividades y establece que el obispo de Pamplona sea el rector de la misma.

En la segunda mitad del siglo XIII, el papa Urbano IV concede cien días de indulgencia a todos los cofrades y bienhechores del santuario de Aralar. En 1295 se reforman los estatutos y desde 1297 hay constancia de que la Cofradía de San Miguel se reune en el santuario tres veces al año.

A lo largo de los siglos, la Cofradía conoció momentos de esplendor y otros de franca decadencia. En los tiempos de más actividad llegó a tener más de 40.000 cofrades, lo que permitía que el santuario contara con más de 20 presbíteros residentes. A mediados de agosto se celebraba la fiesta principal a la que concurrían miles de personas que durante dos días participaban en actos litúrgicos y en la feria que se celebraba en torno al santuario.

En 1492, el papa Inocencio VIII concedió nuevas indulgencias a los cofrades y devotos de San Miguel de Excelsis, y en 1613, Paulo V concedió la gracia del Jubileo a quienes visitaran el santuario el primer domingo de septiembre.

Tras largos tiempos de decadencia, a comienzos del siglo XX, el chantre Mariano Arigita impulsa la reconstitución de la Cofradía, cuyos estatutos son aprobados por el obispo de Pamplona José López Mendoza el 9 de marzo de 1916. Una reforma de los mismos se llevó a cabo en 1928.

El último capellán residente en el Santuario, D. Inocencio Ayerbe, que estuvo al frente del mismo durante 56 años – desde 1945 hasta su fallecimiento en 2001 – ha sido el animador de la revitalización de la Cofradía, arropado por un buen número de amantes de San Miguel. Con fecha 1 de septiembre de 1999 fueron aprobados los nuevos Estatutos en los que se define a la cofradía como Asociación Pública de Fieles, erigida canónicamente, con personalidad jurídica y civil.

Los fines de la cofradía, según establecen sus estatutos, son los siguientes:

  • Promover y fomentar el culto y la devoción al Arcángel San Miguel de Excelsis en Aralar, tutelar de Euskal Herria, cultivando la fraternidad humana universal y siguiendo las enseñanzas del Evangelio de Nuestro Señor jesucristo.
  • Vigilar la conservación y mejora de su Basílica y Casa, hospedería y demás dependencias del Santuario y su entorno, a fin de preservar su imagen y carácter religioso. Conservar, fomentar y mejorar si cabe todas y cada una de las tradiciones que se han mantenido a lo largo de la historia.
  • La santificación de sus cofrades y amigos, el incremento del carácter auténticamente cristiano en la vida de todos sus devotos; y la realización de actividades de apostolado como iniciativas para la evangelización, el ejercicio de las obras de piedad y de caridad, la animación con espíritu cristiano del orden temporal, y la oración por todos los cofrades vivos y difuntos y por sus familias.
  • Organizar y promover actividades destinadas a un mayor y mejor conocimiento del Santuario, de su historia y tradiciones, dentro y fuera de la Cofradía, particularmente entre los más jóvenes.
  • Velar por la conservación y mejora del santuario, y por la atención y servicio a todos los visitantes.
  • Cuidar el entorno del Santuario en todos sus aspectos ecológicos, humanos y culturales.
  • Poner los medios para que el Santuario se mantenga como lugar de acogida a peregrinos, montañeros y amantes de la naturaleza y de las tradiciones, resaltando su carácter espiritual sobre todas las demás facetas.
  • Ser solidarios y fieles colaboradores en todas las necesidades que por cualquier motivo surjan en el santuario y sus dependencias.

Actualmente, el número de cofrades asciende a cerca de 1.500 y a las reuniones anuales convocadas por la Cofradía, y que vienen celebrándose tradicionalmente el primer domingo de junio, acuden en torno a 200 miembros.

En definitiva, podemos afirmar con rotundidad que si hoy mantenemos el patrimonio común, monumental y espiritual que supone el santuario de San Miguel de Aralar, es en buena medida gracias a su Cofradía, que sigue viva casi un milenio después de su fundación, gracias a los miles de hombres y mujeres devotos que han transmitido su emocionado sentimiento de amor a San Miguel y al santuario de Aralar, de generación en generación y que han colaborado, especialmente en los tiempos más adversos, para mantener vivas las piedras de este santuario de lo alto, corazón de Euskal Herria.

Los interesados en contactar con la Cofradía de San Miguel, pueden hacerlo a través de la siguiente dirección:

COFRADÍA DE SAN MIGUEL DE ARALAR
31840 UHARTE ARAKIL (Navarra)

Quienes deseen formar parte de la misma pueden solicitarlo a través del formulario de contacto.

La Santa Hermandad de San Miguel de Excelsis es una institución, en buena medida paralela a la Cofradía, que ha tenido por finalidad garantizar la asistencia a los portadores de la efigie de San Miguel en los recorridos realizados por Navarra.

La Hermandad se fundó en tiempos inmemoriales y tenía a su cargo establecer en cada uno de los pueblos que eran visitados por la efigie de San Miguel en sus recorridos anuales, una casa cuyo dueño o responsable recibía el título de Hermano del Santuario, y contraía la obligación de recibir, alojar y mantener a los capellanes y demás personas que portaban la imagen, así como custodiar la Santa Imagen durante la noche y admitir en depósito las ofrendas recibidas con destino al santuario. En correspondencia, cuando un Hermano acudía al santuario de Aralar, recibía hospedaje gratuito.

La Hermandad estaba vinculada en cada pueblo a una casa en concreto, y los sucesivos dueños de la misma continuaban automáticamente desempeñando su función de dar posada al sacerdote y porteadores de la imagen, custodiar a la misma y representar al conjunto de cofrades de la localidad.

En 1916, al mismo tiempo que se reconstituyó la Cofradía, se aprobaron nuevos estatutos de la Hermandad. En ellos se dice que en cada pueblo no podrá haber más que un Hermano, y no se constituirá Hermandad más que en aquellos lugares que reciban la visita del Santo Angel o verifiquen colectas a favor del santuario.